domingo, 11 de diciembre de 2011

domus familiae




CRONICA DE INFANCIA
CON AULLIDOS DE LOBOS


Vivíamos en una casa de madera prefabricada
con el número 5848
casi borrado
en el borde superior derecho de ese gran ventanal
que afortunadamente
no daba ala playa
ni al campo de al golf de la compañía   
Papá era feliz caminando hasta la escuela
esperando como todos que un carro le cayera del cielo.
Mamá regañaba a mis hermanos porque destruían los jardines
que no nos pertenecían
y yo pasaba
lamiendo leche en polvo y detergentes.
En eso nos cayo la huelga del 54
y los lobos comenzaron a dar los aullidos de aún llevo en la memoria
y la madera de la casa se puso negra de tanto incendio.
A mamá de salieron canas a los treintaidos
y los barcos nocturnos se hundieron en el abandono.
Yo comencé a dar pasos como un canguro flojo
y a jugar con los números que había en el teléfono.
Eso es lo que recuerdo
de esos años en que los pasos de foxtrox no me decían nada
ni los cadáveres tampoco


A MI PADRE ESCRITOR DE VARIEDADES

 

Papá.
Usted escribió dos libros y un horizonte.
(tengo la memoria como sol para contarlo)
Fue en la época de los 50
la época aquella del foxtrox
a los autos descapotados.
Era también la época de los cadillacs,
del béisbol cubano
y de los trenes que dormían
en los patios de las cosas.

(La guerra de corea era una guerra sin difuntos)

Yo entonces era un punto ciego entre fulgores;
no había nacido
y la poesía no llegaba aún 
con sus látigos de sombra.

Mamá recuerda que usted escribía de noche,
entre velas
y un chorro de sudor por todo el cuerpo.
No podía dormir la pobre;
su tabaco y su tecleo
la herían en cornadas.
De un tiempo a esta parte
yo también escribo como usted
y mi mujer tampoco duerme.
Pero usted escribió primero
y yo no soy más que reflejo de ese oficio
que hoy nos une por la sangre.

Papá:
Que este poema lo declare vencedor 

HOTEL DE LA LIMA


Una vieja foto

me lo devuelve ala memoria.
Lo veo erguido
con sus viejas torres de madera
a dos pasos del viejo río
que lo envuelve y la sumerge todo en cada estación.
Yo estoy con mi padre
y veo los grandes escalones,
las negras puertas batientes
por donde uno entraba a conocer el mundo.
Veo también los abanicos,
los decorados espejos
y siento, enrarecido, ese olor a café
que trastornaba los sentidos.
Eran los años 50,
Papá era campeón de billar,
las damas usaban enaguas y sombreros de papel,
y en el campo de golf,
un césped oscurísimo
cambiaba de estaciones.

LA SONORA ESTA EN LA CASA



La Sonora

está en la casa.
Papá la ha traído
en un disco de 33.
Para oírla
se ha puesto su camiseta
y su armazón de anteojos.
Yo estoy en el patio,
en lo más profundo,
donde nadie puede oírme
ni  avistarme.

La Sonora
está en la casa.
Andrés Terrones baila con mamá. 

EL CARRO SE LLAMABA RAMBLER


El carro se llamaba Rambler.

Era azul y espejeaba
como un mar de acetileno.

Tenia cuatro puertas
y en él se podía viajar a la eternidad.

Papá lo conducía orgulloso,
sin chistar una palabra,
ni una mirada retráctil.

Hace años 

lo perdí de la memoria.


Se fue volviendo viejo,
el motor no encendía
y sus loderas perdieron el charol.


Tenía cuatro puertas,
era azul
y sonaba un claxon de colores. 

CON MI HERMANO MANUEL
FRENTE A UNA VIEJA MAQUINA DE FERROCARRIL


Muda y quieta

yace ya.
Parece una pantera
agazapada en el tiempo.
Mi hermano
toma unas fotografías
mientras yo me orillo hasta volverme fantasma.
Es una vieja máquina
pero una vez
sus vagones negros
estremecieron este universo llamado patria.
Fue en el 54,
cuando la huelga.
En esos días corría roja  y desbocada
entre los rieles del tiempo,
sin ruta ni horizonte.
Pero ahora,
ya no se mueve,
ya no rechina.

Ya su vieja canción de humo  
no enluta más el horizonte.





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