El día 8 de junio de 1931, una trágica noticia corrió como pólvora en la entonces tranquila ciudad de Choluteca: El poeta Ramón Padilla Coello, se había suicidado. Aparentemente, a primera vista, parecía un suicidio. El poeta yacía sentado, bañado en sangre y una pistola caída a sus pies. Tenía un disparo en la sien, con orificio de salida, que le llevó la vida instantáneamente. El hecho ocurrió a las 6:30 de la tarde, del día arriba citado, cuando Padilla Coello, visitaba en su casa de habitación a su amigo Antonio Zelaya, a quien le unía una estrecha amistad de muchos años. Aparentemente, no existía razón alguna para que el poeta Padilla Coello, tomara esa aciaga decisión, a pesar de su infortunada afición alcohólica constante. Eso despertó sospechas entre familiares y amigos del malogrado vate, ya que Padilla Coello, no tenía pistola, y el pistoletazo fatal, se lo había dado con el arma de su amigo Zelaya. El dictamen forense practicado al cadáver, arrojó dudas con respecto a la forma y trayectoria de la bala asesina, por lo que el joven Zelaya fue capturado y etiquetado como sospechoso. La verdad nunca se supo y hoy la historia registra el desaparecimiento de un poeta en plena etapa creativa, víctima del negro destino que persigue a los aedas desde siempre.
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